D. AGUSTÍN GRACIANO LARA, TAMBOR DE ORO 2014 - 2015.

Para entregarse en cuerpo y alma a su Hermandad, no le ha hecho nunca falta cambiar su tambor por una vara de oficial. 

No nos causa extrañeza alguna, que nuestra Cofradía viva inmersa en una permanente necesidad de agradecer. Y no nos cabe duda de que eso ocurre porque recibe continuamente el cariño y el afecto de muchas personas que, como él, hacen posible que, en Hermandad, y siempre en Hermandad, esta institución continúe con paso firme y decidido por la historia.

 

El Silencio, y su Bendita Madre de Araceli, son sus grandes devociones. Son las que hacen que cada día se levante con fuerzas renovadas y convencido del camino que debe seguir recorriendo. Tal vez, esa determinación, hace que quien no le conoce se lleve una primera impresión algo ruda y tosca propia de su generación, luchadora y perseverante con sus cosas. Impresión  que al instante sucumbe rendida tras el protagonismo que adquiere un corazón amable y generoso. 


Es enlutado desde siempre, de los de toda la vida, de los que con arrojo y empuje han colaborado ciegamente y continuamente por una Hermandad a la que siempre ha considerado como suya y que ha hecho que forme parte inseparable de su vida.

 

Es de los que siempre ha abierto la puerta de su casa o la de su trabajo para todo lo que ha podido necesitar su otra familia, la de su Hermandad. Da igual que las nuevas generaciones sean las que hoy empujen y dirijan nuestra Cofradía…. él sigue estando ahí, siendo partícipe y emocionándose cuando contempla al Silencio en su lento transitar por las calles de Lucena, o cuando tiene la oportunidad de entregar su hombro para casi clavarlo al madero donde El sigue muriendo cada día.

 

Tras muchos años de dedicación y esfuerzo, el Silencio quiso que fuera su manijero en aquel ya lejano año de 1.985 y que aún hoy sigue reviviendo íntimamente como si fuese ayer mismo. Pero la historia le tenía también reservado un lugar de privilegio para ser testigo de excepción de cómo, un melancólico toque de trompeta llegaba para convertirse con la madurez que da el tiempo, en una profunda seña de identidad de Hermandad, …en el himno de la emoción más profunda de todos los enlutados.

 

Ha llegado a pertenecer a la Junta de Gobierno, pero eso para él nunca fue lo más importante. Para entregarse en cuerpo y alma a su Hermandad, no le ha hecho nunca falta cambiar su tambor por una vara de oficial. 

 

Desde el privilegiado balcón que otorga pertenecer a la Junta de Gobierno, hemos podido comprobar con profunda emoción como los enlutados crean sus propias y pequeñas hermandades del Silencio en el seno de sus propias familias. Él, casi sin darse cuenta, también lo ha hecho, y ha impregnado a los suyos del especial sabor que ofrece una túnica negra rematada con cordón y capirote blancos.

 

Los que tenemos hoy el privilegio de dirigir a esta Cofradía, y los que vendrán en el futuro, tendremos siempre la inmensa labor de mantener a él, y a los “hermanacos” de su generación, cerca de nosotros para que sigan recordándonos que la grandeza de esta institución es su profundo sentido de hermandad, de fraternidad, de unión ante el mensaje de Su Cruz, y de orgullo siempre sano y humilde por lo hasta ahora conseguido y que ellos iniciaron en tiempos muchos más difíciles y con menos recursos que los de hoy en día.

 

Tras la experiencia vivida hasta hoy en el seno de esta Hermandad, podemos afirmar con rotundidad que una Cofradía se hace grande gracias a sus integrantes, mucho más allá de enseres y tronos. Ahí radica el verdadero tesoro de esta Hermandad…. precisamente en el caminar unidos tras la luz de los cuatro cirios del Silencio de los hermanos enlutados, de los que él ha sido, es y seguirá siendo un claro ejemplo. 

 

Jesús Rodríguez López


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